Uno de mis recuerdos más preciados de la infancia, era la visión de mi mamá en su laboratorio de química. Era un espacio pequeño, con un mesón alargado y aproximadamente unas diez mesas con sus sillas. No era un “gran laboratorio”, nada comparado al que fue mi colegio o al de mi liceo, y para nada como los que me encontré en la universidad; pero en su humildad, estaba repleto de sueños e inspiración. Por lo general, olía a limpio, a detergente y cloro, pero los días de practica olía a acetona, alcohol, hierro o azufre, y estos días el bullicio rodeaba a mi mamá, quién con bata blanca realizaba el experimento de turno.
Desde niña supe lo que era un compuesto, una solución, una célula y un átomo, leía libros infantiles sobre dinosaurios, petróleo y gases, animales y microorganismo. Sabía que era un virus o una bacteria mucho antes de entender si quiera mi alrededor. Y no, no crean que era una niña genio o superdotada, solo era una niña como todas las niñas, llena de curiosidad y preguntas por ser contestadas, con la suerte de tener una mamá bióloga, que daba clases en química, con una colección increíbles de libros de ciencias con los que aprendí a leer y la paciencia infinita de las madres para responderme cada una de mis preguntas, motivándome a descubrir más y reforzando mis descubrimientos con juegos y experimentos. Incluso, mis muñecas reflejaban ese gusto por las ciencias que ella inspiró, eran ingenieras, científicas, doctoras o naturalistas, y si no hubieran sido tan costosos, seguro que me compraba ese telescopio o ese microscopio que siempre le pedí. Pero, en cambio, me llevaba a su laboratorio para que usara el único microscopio que tenía, donde me enseñaba toda la vida que escondía una gota de agua.
Miro hacia atrás, y para mí, nombres como el de Hipatia de Alejandría, Marie Curie y Jane Goodall siempre estuvieron ahí, presentes en mi desarrollo. Aún recuerdo aquella presentación en primaria, cuando teníamos que exponer sobre nuestra figura histórica favorita; los niños, en su mayoría, hablaron de próceres y las niñas, en mujeres que han dejado huella en el mundo, pero ninguna en ciencias. Fui yo, inspirada y motivada por mi mamá, quién habló de Marie Curie, lo asombrosa que fue esta física y química, quién ganó dos premios nobel por sus trabajos de radiactividad. En aquel entonces, era muy pequeña para entender que mi mamá me regalo una visión del mundo diferente, una llena de experimentos, preguntas y cosas por descubrir. Quién me inspiró a ser parte de ese mundo.
Más mujeres que inspiren
No ha pasado mucho tiempo desde que a las mujeres se nos discriminaba y se nos impedía estudiar (incluso, hubo un tiempo en el que se nos quemaba por saber o querer saber); aún hoy, en muchos países a las mujeres y niñas se les niega la oportunidad de cursar sus estudios, ya sea por leyes o políticas fundamentalistas y misóginas, por la amplia brecha de desigualdades, porque se encuentran en pobreza u otras discriminaciones. Según la ONU, una de cada cuatro niñas entre las edades de 15 y 19 años no se encuentran estudiando o recibiendo capacitación, en comparación con sus pares niños, donde uno de cada diez niños no recibe ningún tipo de preparación. Ya de por si son cifras alarmantes, pero cuando nos enfocamos en las áreas de las ciencias, tecnologías, matemáticas e ingenierías, nos damos cuenta que las mujeres solo representan un 28,5% de las graduadas en estos campos, y un 12% en grados como la informática, 9% en la mecánica y 4% en la electrónica.
Como activista y estudiante de ciencias, cuando hablo de este tema he tenido que escuchar comentarios como “las niñas no le gustan las matemáticas” o “las ingenierías o las tecnologías son cosas de hombres” para explicar el porqué de esta desigualdad. No, no es una falta de talento o ingenio, al contrario, las mujeres en la historia nos han probado que no solo son brillantes, sino que sus aportes son capaces de revolucionar sus áreas de investigación. Sin ir muy lejos, la PhD. Sarah Gilbert lideró el equipo que desarrollo la vacuna de Oxford-AstraZeneca para el COVID-19, y como ella muchas científicas, ingenieras e informáticas están transformando el mundo y demostrando que las mujeres no solo somos un gran potencial de avance, sino que somos brillantes.
Pero: ¿por qué hay menos mujeres graduadas en ciencias y tecnología? Y no Menganito, no es porque no sean inteligentes, se les dé mal o simplemente no tengan las mismas capacidades que los hombres, sino que desde pequeñas su educación se enfoca en los cuidados; son las mujeres las que cuidan, las enfermeras, maestras o amas de casas. O sino, son las musas, las que se le resalta por su belleza y delicadeza, las modelos, bailarinas o artistas. Incluso en esas áreas, las mujeres y niñas han tenido que romper techos de cristal y estereotipos, para que se les reconozca como médicas, profesoras, humanistas y artistas. Pero en las ciencias, aunque hay científicas históricas que han roto estereotipos y han hecho descubrimientos que han cambiado el mundo, la academia e inclusos sus compañeros por mucho tiempo han invisibilizado sus logros. Pero ya vamos a hablar del Efecto Matilde y como los logros de muchas mujeres casi fueran borradas de la historia.
Antes es necesario mencionar que áreas como la ciencia y las tecnologías tampoco se salvan del acoso y al abuso sexual, la discriminación y otros tipos de violencia. Son muchos los testimonios de mujeres que han sido violentadas por profesores, colegas y compañeros, quienes por estos episodios tuvieron que retirarse de los espacios universitarios o esperar semestres (o años) para poder cursar una asignatura por miedo a compartir espacio con su victimario, siendo ignoradas o tachadas de mentirosas si se atrevían a denunciar. E incluso, tener que soportar susurros de compañeros, desvalorizando su intelecto o desprestigiando su talento, con frases como “lo logró porque se acostó con el profesor” o “aprobó, porque la ayudó”, frases que aparte de ser denigrantes, ante algún caso de violencia de género son revictimizantes y suman dolor a un evento de por terrible.
Y aunado a eso, tenemos que sumarle la carga dada por los roles de género. Si somos madres o cuidadoras, tenemos que equilibrar nuestras cargas con los estudios, los experimentos, la redacción de artículos científicos y las salidas de campo. Pero aún así hacemos, lo logramos, y por eso hay tantas mujeres escribiendo artículos científicos, dando clases, descubriendo universos, explorando lo desconocido y creando revoluciones tecnológicas. Según datos de la UNESCO, para el año 2016, en Venezuela las mujeres representaban el 61% de los investigadores, superando a países como Chile (34% para el 2017), Argentina (54% para el 2017) o Perú con menos del 30% de investigadoras.
Efecto Matilda
Y a pesar de ello, son muchas las mujeres que han quedado en el olvido dentro la historia de las ciencias y tecnologías, tras las sombras de sus compañeros de laboratorios, colegas y esposos. Algunas de ellas, han sido dejadas a un lado de una forma descarada y dolorosa, como es el caso de Rosalind Franklin.
Cuando hablamos de la estructura del ADN, todos recordamos a Watson y Crick; ganadores del Premio Novel de Medicina por sus descubrimientos. Pero poco se habló, en aquel entonces, de los aportes de Rosalind Franklin, que brindaron las bases para estos descubrimientos. La propuesta de estructura del ADN se basó en parte en las imágenes de difracción de rayos X del ADN tomadas por Rosalind, siendo sus aportes fundamentales e irremplazables, y apenas mencionado en una breve cita en el artículo que sus colegas publicaron en Nature. En cambio, en sus obras personales y autobiográficas, Watson y Crick describían a Rosalind Franklin “como una feminista que se quejaba de trivialidades”. Trivialidades, que hoy podemos identificar como formas de discriminación en los espacios de King’s College. Aunque actualmente somos muchas (y muchos) quienes revindicamos a Rosalind, ella no pudo recibir el mérito por sus aportes en vida, lo cual, convierte este episodio de la historia de la ciencia en algo agridulce.
(Oh, Rosalind, estoy segura que hablare de ti a mis hijas, hijos, y todos los que quieran escuchar de tu historia)
El Efecto Matilda es un fenómeno que se basa en el prejuicio y la discriminación hacia las mujeres que se desenvuelven en áreas científicas, cuyo término fue acuñado por primera vez en 1993 por la historiadora Margaret W. Rossite y que honra a Matilda Joslyn Gage, activista y sufragista, siendo la primera mujer en denunciarlo. Este fenómeno describe el comportamiento prejuicioso de la comunidad científica y la sociedad, donde se desacredita los logros de las mujeres o se le atribuyen sus descubrimientos a sus compañeros o esposos.
Como Rosalind, hay otras Matildas.
Mujeres cuyos estudios, experimentos o descubrimientos no fueron reconocidos, como Trótula de Salerno ―cuyo trabajo en ginecología fue atribuido a su esposo e hijo―, Mary Anning ―a quién no se le permitió ser parte de la Sociedad Geológica de Londres y cuyos compañeros publicaron sobre sus hallazgos―, Lise Meitner ―cuyo compañero se llevó el reconocimiento por sentar las bases teóricas para la posterior construcción de la bomba atómica―, o como Mary Whithon Calkis ―sus trabajos en estímulos fueron utilizados por sus colegas sin otorgársele ningún crédito―. Incluso científicas como Marie Curie, cuyos descubrimientos son ampliamente conocidos han caído ante este efecto, ya que a pesar de sus dos premios Nobel, nunca fue aceptada en la Academia Francesa de Ciencias.
Por eso, campañas como #NoMoreMatildas o #NoMásMatildas, son tan importantes. Porque revindican la historia, visibilizan a las mujeres y exponen las estructuras patriarcales dentro de las academias.
Un día para celebrar a las mujeres en las ciencias e inspirar a las niñas
El 22 de diciembre de 2015, la Asamblea General de las Naciones Unidas, decidió reconocer el rol de las mujeres en las ciencias y la importancia de apoyar, inspirar y motivar a las niñas a que se desarrollen en las áreas científicas, reconociendo sus aportes, talentos y su potencial para aportar a estos campos. También es un día para revindicar a todas las mujeres cuyos aportes fueron borrados u olvidados, transformando la historia de la ciencia y la tecnología. Y celebrar a esas biólogas, químicas, físicas, matemáticas, ingenieras, informáticas, que están investigando, viendo el mundo bajo su lupa, publicando e innovando.
Creamos en las niñas, motivemos su curiosidad. Seamos como una inspiradora profesora de química en su humilde laboratorio, respondamos sus preguntas e incentivémoslas a investigar, rompamos los estereotipos y aplaudamos el talento, no le digamos que no pueden, sino que tienen el mundo para descubrir y explorar. Y si una pequeña nos dice que quiere ser astronauta, matemática, zoóloga o química nuclear, digámosle que, si pueden, que no es un camino lleno de artículos, libros y enciclopedias, pero que es tan alcanzable como ellas quieran. Que sepan quienes fueron Marie, Jane, Rosalind, Mary, Ada, Hipatia, Lise y muchas más, que no sean solo nombres en la historia, sino modelos que inspiren.
Hablemos de ciencia, de las mujeres en ciencias y las niñas que serán parte de su futuro. Celebremos a nuestras profesoras e investigadoras, a las mujeres que se calzan sus botas de campo y se meten al monten, las que en el laboratorio cambian el mundo y las que desde su ordenador programan una nueva historia.
Fuentes
https://www.google.com/amp/s/es.statista.com/grafico/amp/24169/porcentaje-de-mujeres-investigadoras-en-latinoamerica/
https://news.un.org/es/story/2020/10/1482232
https://mujeresconciencia.com/2014/05/09/el-caso-de-rosalind-franklin/
https://es.unesco.org/commemorations/womenandgirlinscienceday
https://www.nomorematildas.com/
https://es.unesco.org/news/mas-mujeres-ciencia-tecnologia-ingenieria-y-matematicas-mejoraria-desarrollo-economico-region